LA MULATA DE CÓRDOBA
- Tomàs Ramìrez
- 15 feb 2021
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 25 feb 2021

El puerto, así como toda la región de la Villa Rica de la Vera Cruz, es pródiga en leyendas; ya los naturales platicaban sucesos interesantes y a la llegada de los españoles, en 1519, se fueron bordando alrededor de ellos una serie de historias, las que se transmitían de padres a hijos, con la consigna de que no se perdieran con el tiempo. Muchas de ellas han desaparecido, pero otras se conservan como leyendas, a pesar de la prisa que marcan estos tiempos modernos.
Una de tantas epopeyas que ha recorrido el mundo a lo largo del tiempo es la de La Mulata de Córdoba, apasionante leyenda cuya protagonista es una bella mujer de sangre negra y española: pertenecía por su nacimiento a las castas incluidas dentro de la clasificación que, en los trescientos años que duró la Colonia, fueron tratadas con desprecio y señalados como personas inferiores; clase de segunda, a las que no se les tenía ninguna consideración.
Cuenta la leyenda que en el año de gracia de 1618, sobre las tierras conocidas entonces como Lomas de Huilango, Don Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, décimo tercer virrey de la Nueva España, por Real Cédula, autorizó que fuera fundada la noble y leal Villa de Córdoba, llevando por nombre su apellido.
Por aquellos años se conoció a esta mulata y alrededor de ella se ha escrito mucho y su fama ha cruzado las fronteras; contándose esta leyenda en varias formas hasta llegar al mismo final.. esperando la segunda parte de esta historia, cuyo personaje es apasionado y apasionante.

La mulata era una hermosa, altiva y orgullosa mujer cuya vida fue un misterio; vivía en una casa solariega en el antiguo callejón de Pichocalco, rumbo al arroyo pedregoso al que más tarde se le llamó rio de San Antonio.
Vivía sola; muy de mañana abría las ventanas de su casa para que entrara "la gracia de Dios". Se le escuchaba cantar cuando realizaba sus quehaceres cotidianos. Cuando salía, iba vestida con trajes níveos, almidonados y según los cronistas "dotada de singular encanto; morena, esbelta y con esa gracia de formas que caracteriza a las mujeres africanas que habitaban las regiones del Alto Nilo, quizá como el Principe Yanga de la tribu de Yang-Bara. De estirpe ibérica había heredado también
el porte regio del linaje español... grandes ojos almendrados, llenos de misterio y la piel dorada y cálida, producto de la fusión de dos razas que al mezclarse pudieron dar forma a una mujer tan bella".
Los hombres la deseaban por su singular belleza y las mujeres enredosas la calumniaban por desdeñosa y coqueta. También, tanto las damas como las mujeres del pueblo la envidiaban, por ser irresistible a los hombres de todas las clases sociales. Esto hacía que ella viviera una vida austera y con enfado retiraba a los hombres que trataban de enamorarla.
Quería pasar desapercibida alejada de todo trato social; sabía que por su color y condición económica no podría alternar con la sociedad cerrada de la época y, como el aceite del agua, solita se separaba; sólo se le veía cuando iba al templo o por los sinuosos caminos para visitar a las esclavas que vivían en chozas para socorrerlas o levarles algún remedio para sus males, ya que era muy entendida en el arte de la medicina. Acompañada de un pequeño que la guiaba por los caminos espinosos del pueblo, recorría diariamente kilómetros; se le veía por la barranca de los Tres Lamentos, por el lado del Arroyo de las Piedras, el Carrizal de Las Lagartijas rumbo a la plazuela, donde años más tarde se construyó la iglesia de San José, el Paso del Ahorcado y el Peñón de los Zopilotes hacia la Villa de Amatlán de los Reyes, la Encrucijada de los Aparecidos, por el rumbo de San Miguel Arcángel... siempre de prisa
y bajo un sol ardiente para llegar a atender a los moribundos, ayudar al alumbramiento de un niño, o dar medicina a algún enfermo. Así como consuelo a los esclavos, a quienes aconsejaba que no perdieran la fe, pues pronto habría de llegar la libertad, por la que luchaba el príncipe Yango que alcanzó la libertad de los esclavos en tiempos de la independencia.
Era una mujer con grandes aptitudes quirománticas, por lo que era solicitada, no solamente por la gente ignorante del pueblo que quería saber sobre su porvenir, sino también por orgullosas damas de alta alcurnia, las cuales la mandaban llamar acompañada por sus mayordomos que la guiaban a alguna casa rica, cuya dueña quería consultar a los astros.
La mulata con fama de mujer enigmática, que quería pasar desapercibida, cubría su rostro y figura con un enorme chal, pero la delataban sus hermosos ojos negros y rasgados y su boca sensual. Los requiebros y flores ofrecidas por los hombres no sólo la apenaban sino la llenaban de indignación y cerraba la puerta de su casa a los galanes y caballeros que la enamoraban.
Su origen desconocido y los enigmas que la rodeaban dieron lugar a que a su alrededor se tejieran relatos y consejas, dando rienda suelta a la imaginación de hombres despechados y mujeres egoístas que trataban de desprestigiarla.
Se cuenta que por aquellos años hubo una epidemia incontrolable, las personas se morían como moscas y la medicina estaba en pañales. La Mulata, que conocía de yerbas, empezó a hacer curaciones, untadas y tomadas, era la medicina que aplicaba a los enfermos y sus tratamientos eran maravillosos. Asimismo, "conjuraba tormentas y predecía temblores, eclipses, o decía la buenaventura". Por lo que pronto la maledicencia de la gente comenzó a decir que la Mulata tenía pacto con el diablo.
Decían que por las noches, en su casa se escuchaban tris-
tes lamentos, que de las cerraduras de las puertas se veían salir llamas y, cuando alguien la espiaba por las empedradas calles y oscuros callejones se convertía en alimaña y atacaba a las personas que la seguían, y después se perdía en las sombras de la noche.
Llegaba tan lejos la imaginación de la gente, que decían que la habían visto entrar a su vivienda volando por los tejados con su negra cabellera flotando en el aire y envuelta como en una aureola de luz. Que tenía poderes para fabricar polvos para enamorar, para curar o hacer mal de ojo y que eada día era más bella, lo que le atribuían al mismo demonio, al Señor de las Tinieblas que la protegía, le daba oro, el que gastaba a manos llenas en finos y costosos vestidos. Como si tuviera el don de ubicuidad decían que la habían visto simultáneamente en diferentes lugares de la Villa a la misma hora; juraban que era ella la que había curado a un moribundo y hecho una limpia a una mujer embrujada a una hora fija; en fin, sus "virtudes" descontrolaban y asustaban a la gente.
Todas estas historias llegaron a oídos del Tribunal de la Inquisición, el cual era muy duro en aquellos años con los agoreros, hechiceros, adivinos... quienes eran castigados duramente en los famosos Autos de Fe, para escarmiento de los charlatanes, engañadores, embusteros, embaucadores, sin ninguna distinción de clases económicas y sociales, como había sucedido con don Diego de Peñaloza, quien no obstante ser gobernador de Nuevo México, por blasfemo y suelto de lengua, fue paseado por las calles de la Capital del Virreinato, descalzo, sin capa ni sombrero, sosteniendo en las manos una enorme vela verde y arrastrando pesadas cadenas.
Rosa María Galán Calleja, acuciosa investigadora de nuestras tradiciones e incansable escritora, quien ha dejado un importante acervo cultural de nuestra historia, y además es habitante de Córdoba, nos habló del interesante personaje.
Nos cuenta que no se sabe si la Mulata fue sorprendida practicando la magia, pero que los viejos relatos afirman que fue conducida al puerto de la Vera Cruz y encarcelada en el Castillo de San Juan de Ulúa para ser juzgada por hechicera.
La Mulata, orgullosa y con gran desplante, entró a aquella fortaleza, que se comenzó a construir en 1582, y que tiene muros de diez metros de espesor; se imaginaba el mar, tras los barrotes de su lóbrega celda; custodiada por un viejo carcelero.
La prisionera, quien era amable y afectiva, se ganó la estimación de su guardián, y ella le pidió le consiguiera un pedazo de carbón. "iDe carbón?", dijo el carcelero, que seguido contemplaba la hermosura de aquella Mulata. Si, dijo ella, de carbón.
Según la leyenda, la Mulata dibujó sobre las sombrías paredes una ligera nave, que con las velas desplegadas parecía mecerse sobre las olas de aquel quieto y hermoso mar.
Embebido, el viejo guardián veía con curiosidad el dibujo de la Mulata, le preguntaba admirado qué significaba aquel prodigio. La joven, con una sonrisa encantadora y clavando sus negros y rasgados ojos en los de "pipizca" del carcelero, le respondió: "En este hermoso velero voy a cruzar el mar", y dando un salto subió a cubierta, diciéndole adiós al anciano que la miraba asombrado y que, con espanto, la vio esfumarse con la nave por una esquina del oscuro calabozo.
El hombre corrió despavorido contando a gritos el mágico relato de aquella mujer que había desaparecido trepada en un velero que ella misma había dibujado. El relato fue pasando de boca en boca, llegando a sorprender a los habitantes de la Villa Rica de la Vera Cruz; esto llegó a oídos de don Pedro Niño Colón de Portugal, Duque de Veraguas, Marqués de la Jamaica y grande de España, que por aquel año de 1673 había llegado al Puerto de la Vera Cruz procedente de ultramar, para hacerse cargo del Virreinato. El anciano y noble señor visitó el Castillo de San Juan de Ulúa con el deseo de interrogar al extraño carcelero, dándose cuenta que el infeliz hombre había perdido la razón.
Abrazado a los barrotes de aquella vacía y cerrada celda repetía como un estribillo el mismo maravilloso episodio, saludando con la mano a su bella prisionera a quien veía perderse a lo lejos, libre y hermosa sobre la blanca espuma del mar.
Pasan los milenios y la romántica figura de La Mulata de Córdoba es recordada, una nostálgica fantasía la envuelve, su recuerdo se quedó arraigado en ese pueblo, en donde se le recuerda. La romántica figura de esta Mulata de Córdoba pasa entre nosotros altiva, orgullosa y misteriosa. Está viva, pues mientras las personas son recordadas, y siguen viviendo.
¿Cuántas personas se preguntan qué pasó con la Mulata?, no regresó después de la Independencia? Seguramente es alguna otra leyenda que será uno de los secretos de esa bella ciudad de Córdoba, mágica y nostálgica.
*Texto tomado del libro Leyendas del Sureste, escrito por Guadalupe Appendini.
Escucha la versión del baúl de la Mulata de Córdoba en la ficción sonora:
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